Jad, un hombre de 48 años, con síndrome de Down, encontró el amor de su vida, Samira, mientras trabajaba en el campo. En 1997, su vida cambió cuando Samira quedó embarazada de su hijo, Sader Issa. Desde el momento en que Sader llegó al mundo, fue recibido en la familia con amor y cuidado, convirtiéndose en el centro de sus vidas.
El sacrificio y esfuerzo de sus padres dieron frutos cuando Sader, ahora con 25 años, se graduó recientemente como odontólogo. Esta profesión, una de las mejor remuneradas en Siria, ha llenado de alegría el corazón de Jad, quien ve en el éxito de su hijo la culminación de años de dedicación y apoyo.
Con orgullo desbordante, Jad solía presentar a su hijo como “mi hijo, el médico”, demostrando el brillo en sus ojos ante los logros de Sader. Pero más allá de los éxitos profesionales, lo que más valoran es el amor que comparten como familia.
Sader describe la relación de sus padres como un amor eterno que sigue siendo fresco como el día en que se casaron. Comprenden las necesidades del otro y disfrutan de la simple compañía, ya sea caminando juntos o charlando durante horas. Jad y Samira son un testimonio viviente del poder duradero del amor y el apoyo mutuo.